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¿Dónde estamos? Buenos Aires, Tel Aviv, Europa - mi viaje -Primera versión


Martín Benjamín Berger - El lenguaje del corazón

¿Dónde estoy ahora?

Nueva edición divertida que relata el lugar

Dónde me encuentro

y qué está pasando durante los últimos días del viaje. Seguro algunas anécdotas divertidas y muchas experiencias de la ruta. El autostop se conjuga con el conocimiento profundo de nuevas culturas: personas, comidas y paisajes; tornándose una fragancia perfecta para seducir los ojos precavidos de la inmensidad que nos rodea.

Vas a saber dónde me encuentro

tan sólo leyendo entre líneas y sino al final del texto la frontalidad del discurso permitirá dar con lo conocido.

Mi pizzarra indica: Blagoevgrad

Último autostop a la búlgara

Caminata circundante entre el barro. Aich, estoy todo sucio en un santiamén. Me despido de Maggie con un caluroso abrazo. Increíble la energía del ronroneo me acompañó dos días y con ella soñé entre gatos. Tiempo de extraer el cartel de Blagoevgrad y probar suerte. Parece ser que no me encuentro en el mejor lugar del mundo. Soy burlado por autos que me sobrepasan a 100 kilómetros por hora. Decido, a pesar de experiencias pasadas negativas, caminar hacía la intersección. Cuando veo que mi destino es aún peor que el inicial retrocedo y regreso al punto de partida.

Cartel indicador de distancias en Bulgaria

Mi entrada al micro restaurante que supone mi escenografía transitoria ahora, está dibujado por tres enorme camiones que bloquean mi persona. ¿Hay forma de eludir el fracaso? Ingreso al refectorio y saludo en vano. Se ríen confundiendo mis intenciones. El único comensal al que no interpelo ni siquiera me observa. Me retiro sin respuestas y continuo rezos desesperados. Minutos transcurren sin gloria. Dos camiones abandonan la ruta y tengo mayor visibilidad. Mi cartel “digital” continua en posición de largada. Cuando de pronto el mismo comensal con el que ni siquiera crucé miradas, me hace señas de que me avecine. Parece acomodar algunas cosas en su bólido y para el momento que me doy cuenta de la miseria que me rodea estoy apoyando mis sucios pies sobre el papel de diario que Tencho ha acomodado a la perfección.

Los siguientes 70 kilómetros transcurren en un silencio solo interrumpido por alguna seña o palabra al aire. No compartimos el lenguaje: un clásico en Bulgaria. Kulata el primer destino de mi chofer de tránsito, del lado búlgaro. En pocas horas estará en Grecia, su parada final, luego del cruce fronterizo. No entiendo donde me dejará pero gentilmente se comunica con algún amigo. Apenas comprendo que dice que está con un argentino que va camino a Macedonia. Su seña de que estamos en orden me tranquiliza. ¿Aunque no estoy más desesperado que de costumbre? No será la primera vez en Bulgaria donde me indiquen o dejen en una zona de peligro.

¿Podré cruzar la frontera?

Al despedirme de Tencho me encuentro totalmente perdido. Extraigo la bandera de Macedonia (en realidad un diseño con tempera que se asemeja a ello) y pasa a ser mi emblema. Nadie siquiera me observa, hasta que un conductor hace señas que me generan mayor confusión. Intenta explicarme que estoy mal parado. Le hago repetir hasta el cansancio explicaciones que no logro comprender. Sus esfuerzos se tornan fructíferos y la siguiente hora haré autostop en una ruta que parece ser una pérdida de tiempo.

Hay momentos donde las decisiones nos hacen grandes: tomar la mochila y dirigirse a la estación de buses es sabiduría. Camino en dirección al cartel que indicaba 0,5 kilómetros hacia la ciudad. Entre pisadas marcadas por el olvido, el ladrido de perros me atemoriza. ¿Vienen a mi encuentro? ¿Qué he hecho para perecer en el último segundo de suerte? Entre tanto varios locales con un carente inglés se burlan de mi destino. Indican que no tiene sentido ir en busca de autobuses que no conducen a Macedonia. ¿Qué estúpida esperanza me queda? El milagro de dos bicicletas: padre e hijo. Con enorme paciencia me dan explicaciones que son traducidas por el joven. Aconsejan dirigirme a un pueblo 15 kilómetros más cerca de la frontera. ¡Logodazh! Dudo entre consultas que agobian, al tiempo que me despido agradeciéndoles.

Haciendo dedo en el fin del mundo, con bandera Macedonia

Mi caminar errante me encuentra con Nikolai. Como la suerte se busca, pienso que es una idea perfecta entrar al área de pequeñas industrias al ritmo de consulta. Pelo casi rapado y ojos azules de sinceridad. Con una profunda sonrisa me pide que espere mientras cierra las compuertas, que me dará un aventón a la estación. Si no hay buses que me conduzcan a Macedonia entonces se ofrece a devolverme a la ruta. ¿Podría estar en mejores manos? Vuelvo a deslizar una incansable seguidilla de demandas y para cuando me quiero dar cuenta Nikolai me afirma que ningún autobús viaja hoy. Habrá que esperar dos días.

Macedonia allá vamos Regresamos al auto y me sugiere ir al Hipermercado Metro, donde muchos autos provenientes de Macedonia vienen a hacer compras. Parecería ser que algunos productos es más conveniente comprarlos de este lado de la frontera. Despedida con brazo en alto y su indicación de observar las placas rojas que son de autos macedonios. La siguiente media hora transcurre entre preguntas sin respuesta. Ningún automovilista da lugar a mi suplica. Aún quedan tres posibles víctimas. Boris, director de una ONG dedicada a la forestación en los Balcanes, la respuesta sincera que me permite comprender que Macedonia será un destino con mayor suerte en la ruta.

Los últimos minutos de autostop a 25kms de la meta
Boris y mi mochila

Por fin comprendo que a pesar de la hora podré llegar a mi siguiente destino. Mientras tanto Boris recibe mi pasaporte y se ofrece a llamar a Vlatko tan pronto como crucemos la frontera y tenga su celular activo. Lila, su mujer, me observa por el espejo y sonríe. No emitirá ninguna palabra durante nuestro trayecto. Boris con gran efusividad contará sobre sus viajes y acerca del espíritu de la gente de los Balcanes. Dará recomendaciones de sitios para visitar. No faltarán indicaciones para el autostop. Y para la despedida dejarme en Delchevo, a 25 kilómetros de Kamenica, en una gasolinera, donde me promete no tendré que esperar en demasía. Un abrazo cálido y entre un agua mineral que compra especialmente para la ocasión, la última imagen de mis primeros ángeles en Macedonia.

Por cruzar frontera, pasaporte en mano, junto a Boris

Kamenica: pueblo perdido donde soy el único turista Satjko baja la ventanilla al salir de la estación de servicio y me consulta donde me dirijo. Al no comprender macedonio me encuentro en cero. Afirmo voy a Kamnitsa (Kamenica) y subo a un auto que parece destartalarse. Tan solo unos segundos más tarde comprendo que aquí también se conduce al doble de velocidad permitida. Por algunos instantes alcanzamos los 160 kmh. No logramos intercambiar una conversación digna, pero al menos logro escuchar música local que me agrada. Unas horas más tarde, luego de encontrarme con Vlatko, iremos a uno de los únicos bares del pueblo, a presenciar un pequeño recital de tres jóvenes mujeres que visitan por primera vez Kamenitsa y parecen ser famosas en Macedonia. La noche se convierte en día y pasadas las 2am estamos nuevamente en el dormitorio de Vlatko.

¿Qué sucede con la luz del día? Al despertar un desayuno cargado de vegetales cocidos que me hacen sentir en la gloria. ¿Qué más podría pedir? El día continuará con un paseo a la casa del lago, donde ayudaré a Vlatko y su padre, Branko, a acomodar cientos de cosas que colocan en un container. Horas más tarde, que parecen días, con enorme pena veré que son lanzadas a un basurero al aire libre. ¿También tienen estos lugares en Argentina?, la pregunta desesperada de mis huéspedes. Sí, lamentablemente tenemos los mismos sitios de vergüenza. Para mi regreso olvidar algunos sucesos entre textos catárticos y un almuerzo cálido que Branko me trae al dormitorio.

Almuerzo que Branko gentilmente me ofreció

En un paseo de dos horas recorro casi la totalidad de un pueblo con más de dos mil habitantes que un tiempo fueron entre cinco y seis mil. Parece ser que mucha gente trabaja en la mina extrayendo oro. Triste destino de muchas almas en pena. Casi no se perciben locales en las calles, un fin de semana donde el calor del día es atípico, pero cuando baje el sol, el frío se hará sentir en los huesos. Al volver en mí, Branko comprende a través de mi traductor de google, que deseo hacer más compras para cocinar entre otras cosas una sopa cremosa de lentejas.

Pintada particular en la casa perdida

Estamos en: Entonces mi lugar en el mundo hoy es Makedonska Kamenica en Macedonia. Precisamente en el noreste del país. Aquí comienzo una recorrida por pueblos y pequeñas ciudades que intentará evitar grandes aglomerados de gente y me hará un ciudadano más, distante de los turistas y descubriendo rincones olvidados de la Ex Yugoslavia.

Martín Benjamín Berger - Escritor, Blogger, Viajero

Martín Berger, Escritor, Blogger, Viajero

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