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El lenguaje del corazón


Martín Benjamín Berger - El lenguaje del corazón

Buenos Aires, Tel Aviv, Europa - mi viaje

Esta historia va dedicada a la persona más honesta y maravillosa que he conocido en mi vida: Fernando Isidoro Berger, mi padre. Con sus ejemplos diarios me ha enseñado la importancia de la palabra dada, el respeto, la cortesía, el don de bien y el amor a todos los seres que pueblan la tierra.

El lenguaje del corazón

El frío de la soledad exigía a gritos un abrazo cálido y reparador. Estaba solo. No había mínima opción de que derritieran mis miedos. Dentro del dormitorio las paredes se habían congelado y no había posibilidad de abrir la venta para dejar entrar un poco de aire. Lluvia persistente anunciaba el fin del otoño y el comienzo de uno de los inviernos más crudos en cincuenta años. Mis temores se redoblaban. Odiaba el frío con todo mi ser. De pronto unas lágrimas templadas recorrían mi rostro. Notaba que el aislamiento podía resultar mucho más duro de lo que creía.

Sentí mi áspera nariz contra el vidrio de la ventana. Contemplaba que la lluvia cesaba mientras mi nostalgia iba en aumento. Algunas camisetas, medias y mi blanca toalla dormían ante la humedad que no permitía un secado preciso. Ya nada me importaba. Debía derribar la melancolía y abrazar mis miedos sin cobardía. El silencio constante me rodeaba. Tan helado como el clima. Tenía pocas opciones para dejar atrás mi fracaso mundano. Entendía que las sociedades modernas estaban al borde del precipicio, cada vez más deshumanizadas, y yo me sentía completamente ajeno, perdido en un pueblo de montaña, a la espera de la nevada.

De pronto la débil puerta de madera se abría y una sonrisa sincera me despertaba. Mirada honesta y segura. Detrás de unos ojos verdes marinos el sinónimo perfecto de amor me tranquilizaba. No podíamos comprendernos a causa de la barrera lingüística pero el lenguaje de señas y algunas palabras sueltas nos hermanaban. Entendía que era la hora del desayuno, a pesar de que era mediodía. Entre pasadizos secretos ingresamos por una puerta que hasta el momento desconocíamos. Descendimos una escalera y luego de atravesar dos dormitorios estábamos en la cocina.

La sorpresa tan solo al alcance de mi mano. Miel casera de algunas de las tantas abejas que hacían de su pobreza menos cobarde. Sabor intenso y reparador. No había dudas que tan solo en un segundo podía olvidar mis inseguridades para cobrar vida a sentimientos genuinos. Algunas rodajas de pan y una inefable margarina, acompañaban un exquisito chai (té), que aceptaba sea servido con un terrón de azúcar, por primeva vez en mi afamada existencia. Debía dejar de lado ciertos principios y abrirme a lo desconocido.

Concluí mi ingesta. Sonreí nuevamente a mi soledad. Sin siquiera ver a mi ángel de la guarda agradecí en silencio. Descifré un diccionario entre el incomprensible alfabeto, buscando palabras que permitieran dar a entender que agradecía el hermoso gesto de hospitalidad y que esa noche, como la anterior, sería nuevamente quien cocinaría la cena, para gente de una enorme sensibilidad. Por fin entendí que no habían muchas lenguas y dialectos, sino uno: el del corazón.

Martín Benjamín Berger - Escritor, Blogger, Viajero

Martín Berger, Escritor, Blogger, Viajero

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